2008-03-16

El Puerco Cantor

El puerco cantor

La historia se remonta a los confines de una granja al sur de la ciudad, en ella prosperaban las hortalizas más apetitosas, las frutas más refrescantes y ni que decir de los animales (los cuales habían pertenecido a un buen hombre que en recompensa a su lealtad les había heredado la granja), los cuales se paseaban alegremente por las extensiones de la granja, cada cual tenia bien definida su función: las vacas proveían la leche que se ha de utilizar en el desayuno; las ovejas, la lana contra el frío invierno; las gallinas y los patos, los huevos para las tortillas; los puercos, limpiaban los desperdicios; los conejos preparaban el abono y los gallos anunciaban con su canto el inicio de un nuevo día para todos.

Pero había un descontento con la tarea asignada: el puerquito Sebastián, era un cerdito muy vanidoso debido al patrón de color de su piel: tenia el cuerpo color caramelo con betas blancas y a esto agregemosle lo suave de su pelaje, lo que por cierto lo hacia sentir orgulloso y que por este motivo, argumentaba él, el trabajo que realizan los demás cerdos estropearía su pelaje. Él prefería cantar como los gallos, a quienes imitaba sin mayor suerte.

Tenia ínfulas de artista y se había jurado a si mismo que nunca más tomaría una pala para recoger los trastes como los demás de su especie, estaba tan empecinado en su afán de ser un puerco cantor que no dudo en tomar clases de canto con los gallos y aprender de ellos su oficio.

En un intento por demostrar a quienes creían que no tenía lo necesario para ser cantor, organizó una serenata a su novia, la cochinita Lucrecia, con la cual pensaba casarse por considarla la más linda porcina kilómetros a la redonda. Espero la víspera de su onomástico, llevó músicos de acompañamiento y empezó el recital. La música viajó por los rincones del establo despertando a todo el mundo, que con palos, picos y rifles en mano, buscaban el origen de los alaridos que se dejaban oír incluso más allá de los límites de la granja y que hacían suponer la llegada de alguna extraña criatura de la noche.

Pronto descubrirían que se trataba de Sebastián, al cual encontraron empapado y herido en su orgullo (por el agua helada que la madre de Lucrecia le había arrojado de una cubeta desde su alcoba) siendo consolado por la propia Lucrecia la cual le hizo saber que igual ella lo amaba tal y como era y no necesitaba cantarle para demostrarle lo mucho que la quería.

Los demás habitantes de la granja, que al inicio soltaron una risotada por la escena presenciada, aplaudieron las palabras de Lucrecia y sobre todo la firme decisión de Sebastián de no volver a cantar, por el bien propio y la salud mental de sus amigos.

Tiempo después Sebastián descubriría, casi por accidente, su verdadero talento: cocinero. Cuya circunstancia fue precisamente la boda con su amada Lucrecia, con la cual vivió feliz por muchos años, dejando una extensa descendencia.





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