2011-05-30

Memorias pinelinas

Memorias pinelinas


En momentos fuera de las actividades cotidianas, reflexiono acerca de las cosas vividas hasta el momento, de cómo pareciera que ciertas cosas son para uno y que no importando las trabas que se puedan presentar en el camino, fluyen y caen por su propio peso. Algunos le podrán llamar “destino”, y aunque no soy muy adepto a eso de la predestinación, si creo que las cosas pasan por alguna razón, algo que frecuentemente escucho en los consejos de mi madre.

Una de esas cosas curiosas me sucedió a inicios de este año, cuando inicié mis labores dentro del equipo de biblioteca del colegio León Pinelo. Se hicieron las presentaciones protocolares del caso, en donde conocí a las personas con las cuales iba a trabajar. Debo confesar que ese día me encontraba algo nervioso, todo ello era una nueva experiencia para mí, se iniciaba así mi periplo en esta etapa de mi vida donde conocí gente realmente valiosa y que me hicieron sentir rápidamente como en casa. No pasaría demasiado tiempo para que me acoplará con la mística de este grupo de trabajo con el cual he tenido el inmenso placer de estar hombro a hombro, aportando nuestro granito de arena para que todo anduviera bien y a los que considero – hoy por hoy – mis amigos.

Nos encontrábamos en pleno verano, y el colegio por ese entonces se encontraba en pleno proceso de remodelación, por lo que otras áreas del colegio se habían convertido en huéspedes de algunos espacios de la biblioteca, – por ser la parte del colegio más moderna y que ya había tenido un refaccionamiento que lo ha dejado como un espacio acogedor para el estudio y el aprendizaje de los estudiantes y, como no, para los quehaceres bibliotecarios – es ahí donde tengo la oportunidad de conocer a otras personas que laboraban en otros divisiones de la escuela, entre ellas a alguien que había hecho – por un periodo corto – labores en mi sección y que luego se le concedió el título de miembro honoraria de la biblioteca Martín Buber.

Se fue transcurriendo el verano, conforme se iban culminando las obras dentro del colegio y con esto comenzó la mudanza paulatina de los inquilinos a sus remozadas oficinas. Me había acostumbrado a verles todos los días, cuando llegó el día en que se traspasaron a sus respectivas ubicaciones, sentía que el panorama de la biblioteca se notaba algo extraña y vacía. Se habían vuelto parte de la cotidianeidad en la cual me desempañaba y como que se les echaba de menos, sobretodo a nuestra miembro honoraria, que fue la última en pasarse a su rehabilitada oficina.

Fueron sucediendose las semanas en un abrir y cerrar de ojos, en medio de festividades organizadas en el colegio, mucho trabajo y agasajos a compañeros de trabajo que cumplían años. Hasta que empezaron las despedidas que siempre son tristes, pero nos deja el consuelo que nuestros amigos hicieron maletas por el hecho de mejores horizontes para su crecimiento tanto a nivel personal como profesional. Primero fue Jessica, tiempo después fue Sammy, y apenas una semana después yo también le decía adiós a este colegio que me abrió las puertas en mi primera experiencia luego de culminar mí paso por las aulas universitarias y, el cual por cierto, ha sido de lo más auspicioso y provechoso por las valiosas experiencias adquiridas.


Gracias a todos por estos maravillosos cuatro meses y días que fue mi estancia en la escuela. En ninguno de mis empleos anteriores había tenido ese calor como de hogar, que hecho de menos. Amigos de la biblioteca y de las otras áreas, gracias por ser como son, por sus consejos y enseñanzas, por las muestras de cariño a pesar del poco tiempo de mi permanencia. Como nunca descarto nada en mi vida, quien sabe si algún día nuestros caminos se vuelvan a cruzar. Y de no darse, conservo algo muy valioso para mí: su amistad y su estima. Pongo la pluma en el tintero.

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