2010-08-30

Dialectos

Dialectos

No hay nada como el hablarles a las personas en su propio
idioma o en todo caso en la vertiente que el forastero maneja de nuestra propia lengua materna. Es muy fácil de comprobar al momento de entablar un diálogo con algún extranjero que se aventura a venir por el Perú a disfrutar de sus vacaciones, pasarla bien y de paso conocer los atractivos turísticos que el país ofrece.

El fin de semana último, en uno de mis esporádicos fines de semana de rumba, fui a divertirme por Miraflores con el motivo de cumpleaños de una amiga que había decidido pasar un momento ameno al lado de sus amigos más cercanos: compañeros suyos de la universidad, un amigo venezolano buena onda y quien les relata esta crónica.

Una vez el grupito reunido cerca de la avenida Larco. Se propuso dirigirnos a la conocida calle de las pizzas – donde dicho sea de paso – no solo se ofrece el apetitoso potaje de raíces italianas, sino diversión de las más variada: discotecas, karaokes, bares, etc. Hasta podías bailar con muchachas que fungían de garotas en la entrada de un establecimiento que se movía al ritmo del axe, un conocido ritmo venido del Brasil.

Finalmente se optó por una discoteca, y ahí empezó una especie de intercambio cultural entre las variantes de español que se habla en nuestro país y el venezolano. Si bien no fue una tertulia a nivel académico y/o lingüístico, lo fue en el habla coloquial, común y silvestre que a diario usan nuestros pueblos; sobre todo en dichos muy peculiares en los dialectos de ambos países.

Aprendí varias de estas frases provenientes del español venezolano, durante la velada se hablaron varias que por mala fortuna no recuerdo todas. Entre las más pintorescas que memoricé están algunas vinculadas a las jornadas chupísticas como: “chocar por los culos” (usado al momento de brindar, en lugar del “salud”) y estar “ratón” (refiriéndose cuando estas con la resaca post-juerga). A esto último le añadí que esa noche teníamos que terminar como “ratazas” mismo León y Quimper, ocurrencia – que por cierto – arrancó algunas carcajadas.

Esa noche descubrí que conversar con foráneos, vaya que enriquece el conocimiento de tu propio idioma – muy diverso y nutrido de por si – un idioma que hermana a la mayor parte de los países latinoamericanos y que ese precisamente debe ser el punto de partida para conocernos unos a los otros sin temores ni recelos de ningún tipo. Ser aquella raza unida, la que Bolívar soñó alguna vez, hace cerca de 200 años.

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